Después de la revolución de 1688m Locke escribió sus dos Tratados sobre el Gobierno; el primero es una crítica al Principio hereditario, apasionadamente defendido por Robert Filmer, en su obra Patriarcha, donde se expone, entre otras alusiones bíblicas, a los reyes actuales, como descendientes directos de Adán.
Locke siempre destacó por su razonamiento lógico, a pesar de sus muchos dogmas religiosos y su imposibilidad de hacerlos a un lado en sus cavilaciones, le fue muy fácil destruir lo propuesto en lo consiguiente a la primogenitura, inevitable de la herencia del poder que se maneja en las monarquías; Locke negaba rotundamente a la herencia como la base del poder político legítimo, pues si así fuera, Adán habría heredado a uno sólo de sus hijos, y los distintos reyes que defendía Filmer, acabarían por ser usurpadores todos, excepto uno. En su primer tratado, el filósofo se dedica a negar de manera lógica y sistemática las afirmaciones de Filmer, hasta no dejar piedra sobre piedra; claro, sin entrar en la duda sobre Dios, cuya asimilación era impensable.
El Segundo Tratado trata sobre lo que Locke llama “estado de naturaleza”, que asegura, es anterior a todo gobierno humano. Se describe una sociedad que no necesita fuerzas humanas que regulen un salvajismo hipotético, ya que los individuos obedecen a la razón, la cual equipara con la ley natural, aquella de origen divino. La libertad descrita es “…perfecta para ordenar sus acciones y disponer de sus propiedades (La defensa a la propiedad es un punto destacado en su trabajo) y personas según estimen conveniente, dentro de los límites de la ley de la naturaleza; sin pedir permiso ni depender de la voluntad de ningún hombre”. Sin embargo no se tiene libertad de decidir la propia muerte o la de otra criatura en su posesión a menos que el principio de conservación se vea amenazado (otro punto neurálgico, es el principio de auto-conservación). Finaliza la idea aclarando que siendo todos por igual, nadie debe causar daño a lo que él considera, la propiedad de Dios.
Según Locke, el estado de naturaleza fue abandonado por la formación del pacto para la creación de un gobierno meramente humano, por tanto, no establecido por la autoridad divina, con el único propósito de resolver los inconvenientes que surgen, en el estado de naturaleza. Esta doctrina puede considerarse en esencia, casi democrática, ya que los que no tienen propiedades no son reconocidos como ciudadanos, dando por supuesta la exclusión de mujeres y pobres; establece también, que los líderes militares pueden disponer de la vida y la muerte de sus soldados (todo sea en pos del bien común), no pueden disponer de su dinero; una más de las consecuencias del absurdo culto a las propiedades que Locke defendía tanto como sus dogmas religiosos. Esta teoría, sobre el contrato social, es preevolucionista y tiene parte de verdad, pero aún posee muchas contradicciones.
A John Locke también podemos adjudicar la Teoría del valor del trabajo, la doctrina de la División de poderes, característica del liberalismo; y debe aseverarse que, según Bertrand Russell, la filosofía política de Locke tuvo su tiempo de utilidad y aplicación, hasta la llegada de la revolución industrial.
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